miércoles, 22 de julio de 2009

El Quirquincho Músico


“El quirquincho músico”
Un viejo quirquincho* estaba, como hacía cada tarde,
tumbado cerca de unas rocas. Allí escuchaba los suaves
cantos del viento al rozar las grietas de la piedra. ¡Qué
sonido tan dulce, cuántas agradables sensaciones recorrían
su caparazón mientras cerraba los ojos embelesado
ante tanta belleza! Era un animal con una gran vocación
musical. Luego, hacia el atardecer, le gustaba muchísimo
oír el canto de las ranas que se reunían en la zona pantanosa.
Los ojos se le llenaban de lágrimas saladas cuando
se acercaba lentamente a la charca y escuchaba con
atención el refinado croar de la coral de agua dulce.
-“Ah, si yo pudiera llegar a cantar con tanta expresión!
¡Ah, si yo tuviera esta voz tan afinada y este ar te
incomparable que tenéis las ranas!”
Como os podéis imaginar, éstas le miraban con un aire
burlón y le contestaban, con una pose algo altanera:
-“Tú no has nacido para el canto. Aunque vengas a
escucharnos todas las noches de tu vida, ¡jamás llegarás
a gorjear tan bien como nosotras!”
El pobre quirquincho, en vez de enfadarse, seguía admirando
la polifónica de anfibios hasta bien entrada la
madrugada.
Un día, cerca de su madriguera pasó un hombre que
llevaba una jaula con un par de canarios. Cuando, de
repente, los animales empezaron a cantar, ¡el quirquincho
casi enloqueció de placer! Salió del agujero y siguió
al hombre durante horas y horas; atravesó montañas,
cruzó valles y se alejó como jamás se había alejado de
su territorio, siguiendo aquel sonido maravilloso que
salía de la jaula. Pero, al final, sus patas cortas y cansadas
dijeron basta, y el animal se detuvo suspirando.
-“¡Qué lástima, ya no puedo más! ¡Estos pájaros eran
unos artistas de primera categoría! Si yo pudiera cantar
como ellos...”
De regreso, andando ahora muy lentamente, el quirquincho
pasó por delante de un conocido mago y, armándose
de valor, decidió entrar. Una vez dentro, le dijo:
-“Amigo mago, tú que eres capaz de conseguir lo
imposible, ¿podrías enseñarme a cantar como los
pájaros?”
Cualquier persona con dos dedos de frente
se habría partido de risa y habría puesto al
animal de patitas en la calle, cantándole las
cuarenta (¡y es que nunca hay que molestar
a un gran mago para cosas que no tienen
ningún sentido!). Pero el hombre le respondió
con voz seria y pausada:
-“Yo puedo hacer que cantes mejor que cualquier
pájaro, mejor que las ranas y mejor que cualquier
otro animal del mundo. Ahora bien, el precio que
tendrás que pagar es demasiado alto, porque conseguirlo
te costará la vida.”
-“¡Lo acepto con alegría! —respondió el animal—. ¡No
hay nada que desee tanto como ser un gran músico!
¡Enséñame a cantar!”
-“Muy bien, mañana cantarás, pero, como te he dicho,
esta noche morirás.”
-“Así que, ¿cantaré una vez muerto?”
-“Efectivamente, así será.”
Al día siguiente, el quirquincho empezó a cantar. Su
voz era exquisita, una voz como jamás se había escuchado
por aquel lugar. El mago lo llevaba en brazos y
lo paseaba por todas partes con orgullo. No había
nadie (hombres, mujeres o animales) que no se emocionara
a su paso. ¡Aquello sí que era música!
Cuando, hacia el atardecer, pasó cerca de la charca,
las ranas cerraron por una sola vez sus bocas y escucharon
embelesadas todos aquellos sonidos y ritmos.
-“¡Qué milagro! ¡El quirquincho se ha convertido en un
gran músico! ¡Canta mejor que los pájaros! ¡Canta mejor
que los grillos! ¡Incluso canta mejor que nosotras!”
Y entonces, salta que saltarás, siguieron durante un
buen rato a su querido amigo que, convertido ahora
en un precioso charango, siguió ofreciéndoles sus refinados
sonidos hasta que el mago dejó de tocar y guardó
el instrumento en su zurrón.
* Un Quirquincho es un armadillo que
habita en el altiplano de los Andes

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